CUBANOS

La Virgen del Camino: un símbolo de fe, arte y pertenencia en La Habana

A simple vista, parece solo una glorieta con una estatua, pero para muchos habaneros, la Virgen del Camino es algo más profundo: un punto de encuentro espiritual, un faro de esperanza y una guía para quienes parten y regresan. Ubicada en el municipio de San Miguel del Padrón, justo donde convergen algunas de las arterias más transitadas de La Habana, esta escultura se ha ganado con los años un lugar especial en la memoria colectiva de la ciudad. 

Un lugar de paso… y de pausa 

La imagen, creada por la escultora Rita Longa en la década de 1940, se alza en el centro de una glorieta por donde cruzan diariamente miles de vehículos y peatones. A su alrededor, una pérgola con columnas blancas ofrece sombra y descanso, y la fuente que la rodea suele llenarse de monedas, flores y oraciones silenciosas. 

La Virgen sostiene una rosa de los vientos, símbolo universal del viaje, la orientación y el regreso a casa. No fue colocada allí por azar: desde su origen, fue pensada como un gesto de protección para quienes transitan los caminos de la vida, ya sea en sentido literal o figurado. 

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Devoción que trasciende la fe religiosa 

Aunque el monumento nació bajo una inspiración católica, la relación del pueblo con esta figura va más allá de cualquier dogma. Vecinos, viajeros, creyentes y curiosos se detienen ante ella para pedir salud, protección, suerte… o simplemente para compartir unos minutos de silencio. 

Es común ver a quienes se despiden de sus familias pasar por allí y hacer una señal de la cruz, o a madres que llevan a sus hijos a agradecer por algún favor recibido. La Virgen del Camino se ha vuelto parte del imaginario popular, una especie de “guardiana” urbana que acompaña discretamente los ritmos cotidianos de la ciudad. 

Arte que dialoga con el alma 

La escultura, fundida en bronce, no es solo un gesto de fe, sino también una muestra del talento de una de las grandes artistas del arte cubano del siglo XX. El estilo de Longa, que combina la elegancia del movimiento con una espiritualidad serena, hace que la figura no se imponga, sino que acompañe. 

Como muchas de sus obras públicas, esta imagen se inserta de forma natural en el entorno urbano. Y tal vez ahí radica su fuerza: no es un objeto distante, sino una presencia cercana, que se deja ver sin llamar demasiado la atención, pero que está cuando más se necesita. 

Un cruce entre lo simbólico y lo cotidiano 

Con el paso del tiempo, lo que comenzó como una obra con intención religiosa ha evolucionado hasta convertirse en un referente emocional. Para muchos, no es solo “la virgen de la glorieta”, sino una parte de su vida. Algunos le agradecen en silencio al pasar, otros dejan flores o billetes doblados con la esperanza de que “ella los ayude”. Y así, día tras día, esa escultura se convierte en testigo de miles de historias anónimas. 

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