La historia detrás del nombre de La Habana

La Habana, bastión histórico, cultural y político de Cuba, no siempre recibió ese nombre. Su denominación actual encierra una fascinante mezcla de raíces indígenas, rastros coloniales y adaptaciones lingüísticas.  

Fundación y denominación: San Cristóbal de La Habana 

La villa que hoy conocemos como La Habana fue fundada en 1519, por el conquistador Diego Velázquez de Cuéllar. La bautizó oficialmente como San Cristóbal de La Habana, incorporando el nombre del santo patrón de los viajeros (San Cristóbal) con un topónimo local que ya estaba presente en la región. Esta mezcla revelaba desde el inicio la fusión entre la cultura religiosa española y la identidad prehispánica del lugar. 

La huella indígena: Habaguanex, cacique taino 

La hipótesis más sólida sitúa el origen del nombre “Habana” en el cacique taíno Habaguanex, quien dominaba la zona cuando llegaron los españoles. Se supone que el nombre se adaptó fonéticamente al español, convirtiendo “Habaguanex” en “Habana”. Esta versión es ampliamente aceptada por historiadores y respaldada por crónicas oficiales coloniales. 

Alternativa geográfica: de “sabana” a “Habana” 

Otra explicación se basa en el término “sabana”, de origen taíno, que describía las extensas llanuras costeras del norte de Cuba. Su pronunciación entre arahuacos occidentales se aproximaba a jabana, y pudo transformarse con el tiempo en “Habana”. Esta teoría, menos respaldada, apela a la topografía más que al aspecto humano del toponímico. 

Hipótesis menores: germánica o legendaria 

Menos aceptadas, existen dos teorías adicionales: 

Una derivación de “haven”, palabra germánica o inglesa que significa puerto, basada en el valor estratégico natural de la bahía. Una conexión con “abana”, palabra aruaca asociada con la leyenda de Guara, una indígena que se perdió por el dolor. En esa tradición, “habana” significaría “ella está loca”. Estas últimas explicaciones carecen de sustento histórico sólido y son más anecdóticas o lingüísticas que documentales. 

Contexto histórico y documental 

El nombre “La Habana” aparece en documentos coloniales, actas del cabildo, correspondencia real, tanto con “Havana” (con v) como con “Habana” (con b), siendo la ortografía variable hasta el siglo XIX.  

En documentos como las actas del Ayuntamiento (1550–1898), la grafía mixta era frecuente, reflejando la evolución del castellano colonial. 

La llegada de la forma Habana con b se consolidó el siglo XVIII en documentos oficiales de la Corona (a partir de 1743), mientras que la ortografía con v persistió localmente hasta comienzos del XIX. Este cambio coincidió con procesos administrativos y lingüísticos en el imperio español. 

El Templete: memoria del origen 

En la Plaza de Armas de La Habana Vieja se erige El Templete, construido en 1827 sobre el sitio indicado como lugar de fundación en 1519. Allí se recuerda tanto el acto fundacional como la unión del nombre de San Cristóbal con Habana, reafirmando la versión indígena-colonial del topónimo. 

El nombre “La Habana” expresa la síntesis cultural de Cuba. Es, a la vez, un homenaje al santo protector de los viajeros y una referencia viva al cacique indígena que gobernaba la región antes de la conquista. Aunque las versiones geográficas y legendarias agregan color, no cuentan con igual respaldo documental. 

La evolución ortográfica de Havana a Habana muestra el tránsito de una villa colonial a una capital consolidada, con una identidad propia plasmada en cada letra. Hoy, cuando se pronuncia “La Habana”, se evoca un pasado de fusiones históricas, de lenguas entrecruzadas, y de un nombre cargado de significados profundamente cubanos.